sábado, 9 de octubre de 2010

La España de los españoles derrotados.

Hay personas que presumen de su españolidad. Quizás sean cosas del mundial de fútbol y ese tipo de asuntos. Por leer a cualquiera de los misteriosamente buenos literatos en lengua española, va a ser que no.

La España actual, como ha ocurrido otras muchas veces, pasa por uno de sus peores momentos históricos. Todos los datos son negativos y siguen sumándose uno tras otro, como en una larga lista sólo equiparable a las que se forman ante las Oficinas del Paro. Un día tras otro, los españoles nos vemos abofeteados por noticias nefastas que nos informan de la subida del paro, de los combustibles, de la electricidad, del butano, de la deuda, de la corrupción, de la precariedad laboral, de la drogadicción, de la miseria y de la falta de una luz al final del tunel.

A todos estos problemas hay que añadir el temario identitario que los políticos han trabajado duramente por ir creando durante estos últimos treinta años. Diecisiete autonomías, con sus respectivos planes de estudios, sus respectivos planteamientos políticos "nacionales", sus respectivos planes de identidad "nacional" que se trasladan a las nuevas generaciones mediante miserias educativas, historias inventadas y chorradas que afectan el cerebro de los niños indefensos mientras los padres, ocupados en sus propios asuntos, o en ver a la Esteban por la televisión, evitan prestar atención al pequeño mounstruo que la "educación", los medios de información y la televisión, le están creando en el salón de su domicilio o chabola.

Y es que no es nada extraño, ya es normal, que en España los españoles tengan hijos extranjeros.

Suena extraño. No me refiero a la adopción de niños extranjeros. Sus hijos son naturales, pero por una extraña mutación, de padres españoles, van a resultar niños y adultos que se van a declarar no españoles. Sus hijos serán españoles por imperativo legal.

Existe un experimento de control de masas muy curioso.

Se han de reunir unas ocho personas. Todas están puestas de acuerdo menos una. A estas personas se les enseñan una láminas con rayas y se les dice que digan el número de rayas que ven. Al principio las respuestas son correctas. En la cuarta cartulina, se les enseñan cinco rayas negras y los sujetos van respondiendo: cuatro, cuatro, cuatro, cuatro, cuatro... en este momento se llega al sujeto anónimo que no está al corriente y aunque él ve cinco rayas, invariablemente, contesta lo que dijo la mayoría: "cuatro".

Aquí se demuestra la realidad de aquella frase de Grouxo Marx: "¿a quien va usted a creer, a mi, o a sus propios ojos?"

El experimento continúa y el sujeto siempre contesta sin discutir la opinión del resto del grupo.

La gente niega lo que ve, y acepta como verdad la opinión de la mayoría.

La prensa, que trabaja para el poder, siempre ha sabido de estas técnicas y por eso el enfoque de las noticias, la forma de transformarlas e incluso inventarlas por completo, es tan importante.

Una variación de este experimento consiste en contratar a un sujeto que realizará descargas eléctricas a otra persona. Las descargas no son reales y todos, menos el sujeto que aprieta el botón de las descargas, son actores que participan del experimento.

El 60 por ciento de los sujetos llegan al extremo de matar, en la ficción, al sujeto que aparenta sufrir las descargas. Simplemente, ellos sólo están cumpliendo órdenes. No se sienten culpables. Si ellos no aprietan el botón, otro lo hará. Son un mero instrumento. Su conciencia está tranquila. La orden: "apriete el botón", la da otra persona.

En España, todo el mundo tiene la conciencia tranquila. Tan tranquila que no es extraño escuchar en alguna tertulia a sujetos, que dicen ser españoles, defender la secesión de Cataluña o Vascongadas del resto de España. Su argumento, falaz, es que los independentistas serían los primeros en negarse y tener cagarrinas.

Está claro que unos aprietan el botón y duermen con la conciencia tranquila toda la noche tras haber achicharrado, en los ensayos es en la ficción, a otro ser humano. En este caso, se está achicharrando a España y unos dicen cuatro mientras con sus ojos ven cinco y otros pulsan el botón, pero todo con la conciencia muy tranquila.

España debe ser uno de los pocos países del mundo en que los padres invierten grandes cantidades de tiempo y dinero en criar, alimentar y "educar" a unos seres humanos que cuando crezcan les van a considerar extranjeros e incluso puede que de ser necesario por el bien nacional exis, voten a favor de la deportacion de sus propios padres.

2 comentarios:

  1. Te lo comentaba a tu respuesta en mi blog, y te lo traslado a tu post:a mi juicio, el estado autonómico se ha convertido en un elemento disgregador, nocivo y cancerígeno para el conjunto y el modelo de Estado.

    Deberíamos retomar lo que está haciendo Alemania con los lander, y que el Estado central recuperara la mayoría de las competencias, que debido su transferencia han transformado las comunidades autónomas en virreinatos.

    Si no se replantea este asunto, el separatismo disgregador irá tomado cuerpo de manera irreversible.

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  2. Natalia, el problema principal es el de una clase política que incumple sistemáticamente las leyes.

    Supongamos que se desmantela parte del sistema autonómico, nos quedan los ayuntamientos, las diputaciones, los consejos comarcales y una legión de empresas semipúblicas cuya única misión real es la de dar trabajo y aposentar el trasero de los politicos y sus familiares.

    Se puede ver claramente con el tema de las banderas independentistas que ondean en los ayuntamientos, de las payasescas e ilegales consultas populares independentistas sostenidas y cubiertas por los municipios, o en el sesgo que los libros que hay en las bibliotecas municipales, la propaganda municipal, los cursillos (verdaderos lavaderos de cerebros) para niños y jóvenes...

    La solución debe ser enfocada hacia el imperio de la Ley y la depuración de la clase política. Todo lo que no sea eso, será utilizado por los independentistas para sus campañas de victimismo identitario y estará destinado al fracaso más absoluto. Como dice el refrán: "a grandes males, grandes remedios". Centrarse en atacar a las autonomías, es no querer ver la dimensión del verdadero problema, que es mucho más grande y extenso.

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